Casicíaco

Casicíaco es un lugar cerca de Milán. Una persona de la cual voy a hablar brevemente fue allí a prepararse para su bautismo. Una persona que tuvo una adolescencia bastante desviada, en la que se dejó llevar ciegamente por pasiones humanas y mundanas. También perteneció a varias sectas y religiones. Una persona dotada de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia. Tenía un corazón, como dicen, inquieto. Un corazón siempre en búsqueda de la verdad.

La Biblia, un obsequio de su madre Mónica, fue un libro que tuvo siempre bien olvidado en su biblioteca. Este señor, en una de sus obras llamada Confesiones, quizá la más famosa, cuenta que, ya superados varios problemas al haber encontrado respuestas a sus preguntas (estoy resumiendo muchísimo la historia), y quedando solamente la crisis decisiva (le costaba mucho desprenderse de su vida pasada), escuchó una voz de un niño en una casa vecina que le decía: toma y lee. Entendiéndolo como una invitación de Dios, tomó la Biblia, la abrió por las cartas de Pablo (Rom 13, 13), y leyó:

Comportémonos con decencia, como se hace de día: nada de banquetes y borracheras, nada de prostitutas y vicios, nada de pleitos y envidias. Más bien revístanse del Señor Jesucristo, y no se dejen arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos.

Resumiendo y argentinizando este momento vivido, diríamos que estas palabras fueron un palazo directo a la nuca.

Hace un tiempo un estadounidense dio a conocer una opinión personal sobre los 100 mejores escritores de la historia. Era una lista encabezada por William Shakespeare, donde también estaba Jorge Luis Borges, así como esta persona de la que les estoy hablando. Lamentablemente, después de buscar bastante en Clarín (donde estaba el artículo), no lo pude encontrar.

En fin, su nombre era Agustín, también conocido como Agustín de Hipona, o San Agustín. Fue un gran santo católico. Si quieren seguir investigando sobre la vida de este hombre, les dejo dos links:

¿Cuántos de ustedes pensaban que un santo podía tener éste perfil? ¿Cuántos pensaban que eran personas sin nada más que hacer que rezar, leer la Biblia… y no sabían nada más? ¿Hace falta retroceder 1600 años atrás para encontrar una persona así (San Agustín nació en el año 354)? No. Observen y lean sobre la vida del Papa Juan Pablo II. ¿Por qué se imaginan que a este señor le dicen Juan Pablo el Grande?

Bueno, si el post se hubiese dedicado a San Agustín tendría otro título. Este finde pasado estuve haciendo un retiro: el Casicíaco (y si… no podía tener otro nombre). La verdad es que estuvo muy bueno. Es un retiro de impacto, que tiene mucho más efecto en personas que nunca se acercaron a Cristo, ni a la Iglesia. Personas que cuando escuchan “JeÅ›us”, o “Dios, o “Iglesia”, se les viene a la cabeza lo que escuchan de la televisión y la sociedad misma. Una idea muy (pero muy) alejada de la realidad. Yo una vez fui ese tipo de persona. En fin, personas que hace años estaban siendo invitadas por sus novios/as, amigos y conocidos, que siempre tenían una excusa para no ir porque no les llamaba la atención, porque era aburrido… porque tenían miedo de cómo iban a salir de ahí.

A veces, cuando uno mira una película, y escucha al protagonista pronunciar un discurso bastante largo pero sin ningún desperdicio, palabras profundas que se saborean desde la primera hasta la última, piensa que eso es bastante imposible en la realidad… porque el guión estaba perfectamente estudiado y depurado. Sin embargo, este domingo, en la misa de cierre del Casicíaco Nº 34, oí esas palabras de la boca de, si no me equivoco, Agustina. Se notó que fue algo que nació del fondo de su corazón, con total sinceridad.

Los chicos que salen de ese retiro y que entraron en las condiciones que nombré antes (nunca iba a misa, nunca leían la Biblia, la Iglesia es sinónimo de locos, etc), salen eufóricos. ¿Y por qué? Uno de los chicos dijo, finalizando el retiro, que él se sentía en parte mal, porque sabía que después iba a tener que volver a la vida de todos los días. Se preguntaba, con tono molesto, por qué la sociedad no podía ofrecer lo que él había recibido ese fin de semana. ¿Por qué no podía ser un poco mejor?

¿Por qué la gente no empieza a hacerse más preguntas con respecto a su vida? ¿Por qué no dudan un poco más de las cosas, y mas específicamente de uno mismo, para entender que uno en realidad sabe muy poco? ¿Por qué no dejan de buscar en lo fácil? ¿Cómo se hace para ser feliz? Sea cual sea la respuesta a esa pregunta: ¿de dónde saqué eso? ¿Quién dijo que es así? ¿Está bien que siga haciendo eso? ¿Lo reflexioné profundamente? ¿No tendrá implicaciones catastróficas para mi futuro? Y digo “catastróficas” porque cualquier cosa que arruine mi felicidad es desastroso.

Todas estas cosas de “locos” tratan sobre eso: buscar la verdad. Buscar la sabiduría. Buscar la felicidad. ¿A quién no le gusta amar y ser amado, sentirse bien, realizado? Pero ¿de verdad las busco? ¿o me dejo llevar por lo que los otros dicen? Las personas que este fin de semana hicieron este retiro sabían que dentro de su ser faltaba algo. Y ojo que había personas de todas las clases: futbolístas fanáticos de Unión y Colón, gente que no tenía problemas en lo material, chicos que no podían disfrutar de la presencia de sus padres (o alguno de ellos), que tuvieron una infancia muy oscura, estudiantes de medicina (acostumbrados a entender algunas cosas a traves del microscópio o la ciencia), músicos, etc etc etc. Todos de vuelta con un espíritu renovado y cambiado por Dios.

Ojalá, entonces, la gente empiece a cambiar ese corazón conformista, perezoso y fácilmente manipulable por uno más despierto, por uno más inquieto, como el de San Agustín.