¿Por qué creo?

Ya les mencioné un post de un compañero de la facultad (César Portela) donde se hablaba del aborto. Si bien en uno de los comentarios, como les dije, me fui de tema, me gustó la reflexión, y hoy la comparto con ustedes. El tema venía sobre la razón y la fe.

Como la duda no es propiedad exclusiva de los creyentes (creyentes y “no creyentes” creen en algo, por lo tanto a veces dudan) la pregunta podría ser también: “¿Por qué no creo?”. Como al comentario casi lo dejo intacto, aclaro entre paréntesis a lo que estaba respondiendo. Ojalá que sirva.

Nunca voy a entender con la razón que en el momento de la Eucaristía el pan y el vino se transforman en Cuerpo y Sangre de Cristo, siendo un milagro no visible. Y menos voy a entender que Dios es una sola substancia, pero en tres Personas. Como vos decís, los misterios deben ser creídos. Los dogmas deben ser creídos. La Eucaristía es el misterio de nuestra fe.

Antes de continuar, aclaro, por las mismas razones que nombrás en el segundo párrafo (Lo que César decía era: “Si alguien se declara antiabortista lo tildan de religioso y si usa sotana, es más que suficiente para descalificar todo lo que diga, por más razonable que sea lo que transmita”), que yo no nací en una familia católica (en realidad es católica en los papeles, digamos). No tuve esa suerte. Y lo aclaro porque quizá pienses que tengo la fe incorporada a la fuerza, que no entiendo lo que creo, pero “hay que creer”. No estoy diciendo que los que sí tuvieron la gran fortuna (para mi es así) de haber nacido y crecido en una familia católica sean personas que se creen todo, por que sí nomas. Para nada me refiero a eso.

Volviendo al tema de los misterios y dogmas de fe que hay que creer. Los creo, pero no simplemente porque sí. Yo trato de entender por qué creo en eso, que en realidad no entiendo. Muchas veces me pregunto ¿por qué creo? ¿tengo algo contundente que me diga que eso es verdad?. Para llegar a una respuesta me parece necesario empezar preguntándonos: ¿Por qué vivimos? ¿Qué estamos haciendo acá? ¿Casualidad? Somos seres que podemos amar, odiar… podemos preguntarnos de dónde venimos. Recuerdo el libro de probabilidad y estadística: “La casualidad no es más que la medida de nuestra ignorancia”, decía un matemático, que no recuerdo el nombre. “Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido”. Para mí existe Dios. Creo en ese Ser superior que originó todo. ¿Pero cómo lo comprobamos? En realidad, ¿se puede comprobar de manera indiscutible que Dios existe? Si se pudiese, entonces pienso que todos estaríamos obligados a creer en Él. No habría capacidad de elección. No habría libertad: si no hacemos lo que Él nos dice por medio de la religión nos vamos, después de la muerte, a donde la religión nos diga que van los que no creen. Entendamos o no las cosas, con miedo o sin el, habría que creer, sino…

Encuentra el que, con su libertad, busca (aunque alguien dijo una vez que es Dios el que busca a los hombres). Creo que, como dije antes, no habría libertad si encontráramos a Dios sin buscarlo. Dios hizo libre al hombre, y como dice en la introducción del Eclesiastes, “impuso la tarea penosa de buscar siempre”. En este punto (¿existe Dios?), podemos disentir, pero el que describí es mi razonamiento sobre el tema.

Entonces, si Dios existe y me hizo libre, ¿Cuál es el propósito de mi existencia? ¿Qué es lo que espera de mí? ¿Cómo saber qué es lo que quiere decirme? No podemos dejar de hablar en este punto… de la Iglesia. Para entenderla, hay que acercarse, no quedarse con las opiniones que escuchamos en la televisión, o de las demás personas. Por que la televisión dice “Uh! La Iglesia dice que no hay que tener relaciones sexuales… ¡están locos!”, “¿¿Se opone la Iglesia a la experimentación con embriones humanos?? ¡Pero si es para ayudar a las demás personas! ¡Que anticuada!”, pero nunca se mencionan sus argumentos. Y para escucharlos, hay que acercarse. Hay que ver qué es lo que predica, qué es lo que enseña.

Yo creo que hace alrededor de 2000 años nació un Nazareno, Hijo de Dios, en esta tierra. Su pueblo esperaba a un guerrero, un personaje poderoso que iba a liberarlos de los romanos. Sin embargo… apareció este otro hombre, hijo de un carpintero. Toda su vida enseñó el amor. Enseñó a perdonar, hasta al enemigo. Nos dijo que debemos ser humildes de corazón. Pronunció, como su mandamiento, que nos amemos los unos a los otros. Por todas estas cosas “malvadas”, lo escupimos, lo insultamos, lo golpeamos. Lo clavamos en una cruz, y pesar de todo, en ese mismo momento, le pedía al Padre que nos perdone, porque no sabíamos lo que estábamos haciendo. A todo esto lo hizo para salvarnos del pecado: porque Dios nos hizo libres, y con esa libertad nos alejamos de Él.

Quizá les parezca mucho más interesante que alrededor de 2000 años atrás, un grupo de personas, 12 personas… sus apóstoles, salieron a enseñar lo que Él les mandó. Decían que el Hijo de Dios era este hombre pobre, humilde… crucificado en una cruz. ¿Y la gente se lo creía? ¿La gente creía en un Dios hecho hombre para salvarnos, en un Dios así, un Dios tan aparentemente débil? Esas 12 personas, perseguidas en un principio, comenzaron esta Iglesia de hoy, expandida por (casi) todo el mundo. Una Iglesia que cometió y comete errores, sí, porque es humana. En el Nuevo Testamento se puede leer cuántas veces Jesús reprendió a Pedro, y hasta fue traicionado por él, el que sin embargo fue piedra en la que Él construyó su Iglesia.

Todo esto que dije no prueba nada: ni que en la Eucaristía el pan y vino se convierten en Cuerpo y Sangre, ni que Dios es uno y trino. ¿Por qué lo creo entonces? Porque lo dice la Iglesia. Y porque Dios está con esa Iglesia, como lo prometió Jesús, hasta el fin de los tiempos. Porque podemos preguntarnos “¿y la Iglesia no se estará equivocando?” Pero en búsqueda de la respuesta, no hay que olvidarse que Dios está presente: si nos hace creer en la Iglesia, entonces se compromete a que ésta enseñe sin error (aquí podríamos hablar de la infalibilidad del Papa).

Y ya que hablamos de la Eucaristía, podemos mencionar milagros ocurridos a sacerdotes, los cuales habían perdido la fe en este sacramento. En el momento de la consagración, el pan y el vino se convirtieron en carne y sangre, pero todo esto dejó de ser un milagro no visible. Sí, se que es difícil creerlo… por la simple razón de que nunca lo hemos visto.

Si no los cansé y llegaron hasta acá, entonces quizá se estarán diciendo: “¿y? al principio dijiste que buscabas respuestas, pero para creer lo que decís hay que suponer un montón de cosas”. Como nos dijo el padre Germán en la misa del domingo, después de finalizado el Casicíaco al que fui: “Sus hijos (hablándole a nuestros padres) tenían muchos datos sobre Dios, pero no habían experimentado su presencia”. Y sin la experiencia de Dios, nada termina teniendo mucho sentido, ya que seguro surgirán más preguntas. La fe, en definitiva, es un don de Dios, y Él se lo da a quién quiere. Quizá, como a San Pablo, en un momento de sus vidas se les manifieste, y les aseguro, ahí cambian las cosas para siempre: entre medio de dudas y caídas, van a caminar siempre hacia esa dirección. Y después, como cuando alguien encuentra una verdad, y emocionado se la quiere decir a todo el mundo, se choca contra una pared: indiferencia, burlas, rizas, insultos… ¿Pero uno puede ser tan cobarde de quedarse con las manos cruzadas después de lo vivido?

San Agustín decía que hay varios caminos para encontrar la verdad: primero, la humildad. Segundo, la humildad. Tercero, la humildad. Y la Madre Teresa de Calcuta: “La humildad no es más que la verdad: con ella no nos afecta ni una crítica, ni una alabanza”.

Todos los hombres tienen la facultad de la inteligencia, pero no todos supieron decir, como el Eclesiastes en el Antiguo Testamento: “¡Esto no tiene sentido!, ¡nada a qué aferrarse!“. Nunca sintieron (o nunca quisieron sentir) lo desconcertante de esta vida. Me refiero a los que se asustan de dudar, de pensar un poco más las cosas. En definitiva, los que no aprovecharon esos momentos de duda y angustia profunda que todos vivimos para decirse, de corazón: “¿Qué hago acá? ¿Cuál es el propósito de mi vida?”, y empezar desde allí un camino para encontrar respuestas que llenan, y no aferrarse, asustado, a cualquier cosa.

Les dejo este artículo del padre Fernando Pascual, que habla sobre la búsqueda de la verdad.

Este tema es muy profundo, y puedo estar diciendo cualquier cosa en algunas cuestiones de fe.

Les mando un saludo, y por qué no animarse a decirlo y guardarlo solamente para los conocidos: ¡Que Dios los bendiga!