El buen samaritano

La parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37) es una de las que más me gustan. Al leer estas parábolas, uno queda deslumbrado de la capacidad de Jesús para responder a las preguntas de sus contemporáneos, del contraste de sus enseñanzas con los pensamientos de la época, incluso los actuales.

En el séptimo capítulo “El mensaje de las parábolas”, de su libro Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger da una introducción a las mismas, y luego explica las tres principales en el Evangelio de Lucas, arrancando con la del samaritano. Elije esas tres ya que “su belleza y profundidad conmueven de forma espontánea incluso al no creyente”.

El relato comienza así:

Un Maestro de la Ley, que quería ponerlo a prueba, se levantó y le dijo: “Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”.

Un Maestro de la Ley, o sea un maestro de la exégesis, un tipo que “la tenía clara” con las Escrituras, le hace esa pregunta al Señor: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. El Evangelio precisa que lo estaba probando, quería ver qué le respondía al respecto Jesús, un supuesto profeta sin estudios bíblicos. Que un Maestro de la Ley pregunte algo como esto, con una respuesta tan clara en las Escrituras, es como que un programador experto le pregunte a un supuesto charlatán, para probarlo, cómo compilar código fuente. Jesús simplemente lo remite a las Escrituras para encontrar la respuesta:

… Jesús le dijo “¿Qué está escrito en la Escritura? ¿Qué lees en ella?”. El hombre contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a tí mismo. Jesús le dijo: “¡Excelente respuesta! Has eso y vivirás” …

Yo me imagino en ese momento la cara del Maestro de la Ley y la de los demás. Alguien que supuestamente entendía muy bien las Escrituras hace esta pregunta con una respuesta muy fácil. Entonces debe justificarse, y le pregunta a Jesús quién es su prójimo:

… El otro, que quería justificar su pregunta, replicó: “¿Y quién es mi prójimo?” …

Es importante conocer (vean la cantidad de detalles que hay que tener en cuenta a veces para entender en profundidad un texto bíblico) que los samaritanos no tenían buenas relaciones con los judíos en ese tiempo (ver Jn 4, 9). La cuestión de “quién es el prójimo” era discutida entre los estudiosos, llegándose a pensar que mi prójimo era el otro judío solamente, parte de la comunidad de Israel, y no un hereje, un apóstata, un extranjero o, justamente, un samaritano. Así que los judíos no tenían por qué tratar a los samaritanos como prójimos.

Para contestar a la pregunta del Maestro de la Ley, Jesús elije a estos dos personajes antagónicos: un samaritano que socorre a un judío. O sea que lo que nos quiere decir el Señor, es que la categoría de “prójimo” ya no es más particular, sino universal. “Tiene como horizonte el hombre, no el círculo familiar, étnico o religioso. ¡Prójimo es también el enemigo!”, comenta al respecto Raniero Cantalamessa (predicador de la Casa Pontificia).

Pero vayamos primero a la parábola, así la pueden leer. Jesús responde a la pregunta en cuestión (“¿Quién es mi prójimo?”) de esta forma:

Jesús empezó a decir: «Bajaba un hombre por el camino de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos, que lo despojaron hasta de sus ropas, lo golpearon y se marcharon dejándolo medio muerto.

Por casualidad bajaba por ese camino un sacerdote; lo vió, dio un rodeo y siguió. Lo mismo hizo un levita que llegó a ese lugar: lo vio, dio un rodeo y pasó de largo.

Un samaritano también pasó por aquel camino y lo vio, pero éste se compadeció de él.

Se acercó, curó sus heridads con aceite y vino y se las vendó; después lo mopntó sobre el animal que traía, lo condujo a una posada y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente sacó dos monedas y se las dio al posadero diciéndole: “Cuídalo, y si gastas más, yo te lo pagaré a mi vuelta”.»

Jesús entonces le preguntó: “Según tu parecer, ¿cuál de estos tres se hizo el prójimo del hombre que cayó en manos de los salteadores?“. El Maestro de la Ley contestó: “El que se mostró compasivo con él”. Y Jesús le dijo: “Vete y haz tú lo mismo”.

Pero no es ese, el del amor universal, el punto al que quiere llegar el Papa en su libro. Eso no es lo nuevo de esta parábola. Al finalizar el relato, Jesús le pregunta al Maestro de la Ley: “Según tu parecer, ¿cuál de estos tres [sacerdote, levita o samaritano] se hizo el prójimo del hombre que cayó en manos de los salteadores?” Cantalamessa lo resume así:

Jesús opera una inversión inesperada respecto al concepto tradicional de prójimo. Prójimo es el samaritano, no el herido, como nos habríamos esperado. Esto significa que no hay que esperar pasivamente a que el prójimo se cruce en nuestro camino, tal vez con luces de emergencia y alarmas. Nos toca a nosotros estar dispuestos a percibir quién es, a descubrirle. ¡Prójimo es aquello a lo que cada uno de nosotros está llamado a convertirse! El problema del doctor de la ley aparece derribado; de problema abstracto y académico, se hace problema concreto y operativo. La cuestión que hay que plantearse no es: «¿Quién es mi prójimo?», sino: «¿De quién me puedo hacer prójimo, ahora, aquí?».

Si un Maestro de la Ley en los tiempos actuales le hiciese esta pregunta a Jesús, ¿qué personajes utilizaría ahora? Cantalamessa se imagina esta situación:

… Estoy convencido de que si Jesús viviera hoy en Israel, y un doctor de la ley le preguntara de nuevo: «¿Quién es mi prójimo?», cambiaría ligeramente la parábola, ¡y en el lugar de un samaritano pondría a un palestino! Si después le interrogara un palestino, ¡en el lugar del samaritano encontraríamos a un judío!

… Si fuéramos uno de nosotros el que le preguntara a Jesús: «¿quién es mi prójimo?», ¿qué respondería? Nos recordaría ciertamente que nuestro prójimo no es sólo el compatriota, sino también el extracomunitario; no sólo el cristiano, sino también el musulmán; no sólo el católico, sino también el protestante. Pero añadiría enseguida que no es esto lo más importante; lo más importante no es saber quién es mi prójimo, sino ver de quién me puedo hacer yo prójimo, ahora, aquí; para quién puedo ser yo el buen samaritano.