El caballo, su muchacho y la Navidad

Una compañera de comunidad hace poco compartió un fragmento de “El caballo y su muchacho”, uno de los libros de Las Crónicas de Narnia. El diálogo es entre Aslan (la Gran Voz) y Shasta (el niño protagonista de la historia). Aravis es una niña que Shasta encuentra por el camino:

-Yo no diría que eres desafortunado –dijo la Gran Voz
-¿No te parece mala suerte que me haya encontrado con tantos leones? – inquirió él (Shasta)
-Sólo había un león – declaró la Voz.
-Pero ¡qué dices! ¿No has oído que había al menos dos la primera noche, y…?
– Sólo había uno: pero era muy veloz.
-¿Cómo lo sabes?
-Yo era el león
Y cuando Shasta se quedó boquiabierto e incapaz de decir nada, la Voz siguió:
-Yo era el león que te obligó a unirte a Aravis. Yo era el gato que te consoló entre las casas de los muertos. Yo era el león que alejo a los chacales de ti mientras dormías. Yo era el león que dio a los caballos las renovadas fuerzas del miedo durante los dos últimos kilómetros para que pudieras llegar ante el rey Lune a tiempo. Y yo fui el león que no recuerdas y que empujó el bote en el que yacías, una criatura al borde de la muerte, de modo que llegaras a la orilla donde estaba sentado un hombre, desvelado a medianoche, para recibirte.
-Entonces ¿fuiste tú quien hirió a Aravis?
-Fui yo.
-Pero ¿por qué?
-Niño –respondió la Voz-, te estoy contando tu historia, no la suya. A cada uno le cuento su propia historia, y ninguna otra.

Me encantó. Que bueno fue recordar esa parte. Y también les dejo, como esta compañera compartió, un comentario de Julián Carrón sobre la Navidad:

… la sorpresa por cómo el Señor nos mira. Su mirada logra ver cosas que nosotros no seríamos capaces de reconocer si no participáramos de su misma mirada sobre la realidad: «El Señor ha cancelado tu condena». Es decir, tu mal no es la última palabra sobre tu vida; la mirada que normalmente tienes sobre ti mismo no es la justa; la mirada con la que te reprochas continuamente no es verdadera. La única mirada verdadera es la del Señor. Y justo por esto podrás reconocer que Él está contigo: se ha revocado tu condena, ¿de qué tienes miedo? «Ya no temerás». Una positividad inexorable domina la vida. Por ello -continúa el pasaje bíblico-, «no temas, Sión, no desfallezcan tus manos». ¿Por qué? Porque «el Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva». No hay otra fuente de alegría que ésta: «Él se goza y se complace en ti y se alegra con júbilo como en día de fiesta» (Sof 3, 14-17).

Julián Carrón. Responsable de Movimiento de CyL – Navidad 2011.

¡Feliz Navidad!

Mis más sinceros deseos de felicidad para todos ustedes. ¡Dios los bendiga!

La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de “lo que vale y permanece siempre”. Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido. En él encuentra su cumplicimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación.

Benedicto XVI.

Y para citar también a Luigi Giussani: “La conciencia del Misterio presente convierte nuestra vida en una corriente continua de novedad”.

Los cuatro amores

Estas semanas que pasaron estuve releyendo algunas partes de “Los cuatro amores”, de C. S. Lewis. Es un libro que merece ser releído, ya que una primera lectura no alcanza.

Con una agudeza que me encanta, y que sin embargo nunca deja de ser pedagógica, propio de los que entienden de lo que hablan sin necesidad de esconderse en lenguajes rebuscados, el escritor británico habla del amor: el afecto, la amistad, el eros y la caridad. Durante cada uno de los capítulos el lector tiene la posibilidad de ir repasando su vida cotidiana, ya que de eso habla, con las distintas situaciones que se nos presentan y cómo el amor se manifiesta en ellas.

Cuando hablamos de amor, ¿qué puede ser malo? Después de todo, el mismo Dios es Amor (1 Jn 4, 16). Dios es Amor, sí, pero el amor no es Dios. Y esta justamente es la idea que guía todo el libro. Lewis nos invita también a ser reflexivos y a estar atentos. No porque digamos “amor” ya todo está bien y todo vale. El peligro radica en que el amor humano, en su apogeo, tiende a arrogarse una autoridad divina: «nos dice que no tomemos en cuenta el costo; exige de nosotros un compromiso total; intenta pasar por sobre toda otra exigencia e insinúa que actuar sinceramente “por amor” legitima cualquier cosa que se haga, e incluso la hace meritoria».

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