Los cuatro amores

Estas semanas que pasaron estuve releyendo algunas partes de “Los cuatro amores”, de C. S. Lewis. Es un libro que merece ser releído, ya que una primera lectura no alcanza.

Con una agudeza que me encanta, y que sin embargo nunca deja de ser pedagógica, propio de los que entienden de lo que hablan sin necesidad de esconderse en lenguajes rebuscados, el escritor británico habla del amor: el afecto, la amistad, el eros y la caridad. Durante cada uno de los capítulos el lector tiene la posibilidad de ir repasando su vida cotidiana, ya que de eso habla, con las distintas situaciones que se nos presentan y cómo el amor se manifiesta en ellas.

Cuando hablamos de amor, ¿qué puede ser malo? Después de todo, el mismo Dios es Amor (1 Jn 4, 16). Dios es Amor, sí, pero el amor no es Dios. Y esta justamente es la idea que guía todo el libro. Lewis nos invita también a ser reflexivos y a estar atentos. No porque digamos “amor” ya todo está bien y todo vale. El peligro radica en que el amor humano, en su apogeo, tiende a arrogarse una autoridad divina: «nos dice que no tomemos en cuenta el costo; exige de nosotros un compromiso total; intenta pasar por sobre toda otra exigencia e insinúa que actuar sinceramente “por amor” legitima cualquier cosa que se haga, e incluso la hace meritoria».


Cuando habla del afecto describe el caso de doña Angustias, una de esas mujeres que “vivían para su familia”. “¡Qué gran esposa y madre!”, decían los vecinos. Sus familiares, con quienes vivía, le rogaban que no lavara la ropa, pero ella igual lo hacía. No querían comida esa noche, pero ella siempre tenía preparado un plato caliente. No servía de nada decírselo. Y si se llegaba un poco tarde a la casa, a las 3 o 4 de la mañana, ella estaba siempre esperando, con una mirada pálida y acusadora, lo que significaba, por la más mínima decencia, que uno no podía salir muy seguido.

Es fácil imaginar este caso con una madre, donde el amor de ésta es siempre don (no como el de un hijo muy pequeño, donde su amor hacia la madre es un amor-necesidad, siguiendo la clasificación del autor). Y al ser siempre don, puede llegar a pensar que siempre es desprendido, desinteresado. Pero obviamente que no es así: este amor, el de doña Angustias, necesita dar, es decir, necesita ser necesitado.

Algo similar puede pasar con un profesor universitario, donde el recto fin debería ser “esforzarse sin cesar para que llegue el momento en que sus alumnos sean capaces de convertirse en críticos y rivales de él”.

El amor-don, como dice Lewis, debería tener como finalidad dar con el objetivo de poner a quien recibe en una condición tal donde ya no necesite nuestro don. Este amor debería esforzarse en que se renuncie a él, en hacernos superfluos. Cuando podamos decir “ya no me necesitan” debería ser nuestra recompensa. Este punto es un buen recordatorio para los que pensamos ser algún día padres de familia.

Y ¿qué decir del amor a la patria, a los animales, la amistad o el mismísimo Eros (el amor de pareja, el estar enamorados)? Mucho de esto habla también Lewis, pero será un tema de otro post.

Al instinto natural no se lo puede dejar solo para lograr un amor más perfecto. Puede querer el bien de su objeto, pero no simplemente su bien, sino solo el bien que él mismo puede dar. Un amor mucho más elevado, un amor perfeccionado, “quiere para su objeto el bien en tanto tal, sin importar la fuente del mismo”.

El amor necesita algo más, distinto a él. Necesita algo que no sea puro sentimiento. Necesita, como dice Lewis, “sentido común”, es decir, razón. Si simplemente se lo deja en su estado natural y se oyen todos sus susurros (“¡Cuánto debo de amarlos, si hago todo esto!”, se decía doña Angustias; “es por amor que he descuidado a mis padres” dice uno de los amantes; “Nada ni nadie nos hará cambiar el rumbo” afirma un político que ama a su patria) como si tuviera una autoridad divina, entonces no tardará en dejar de ser un amor. “Cuando el amor se convierte en un dios, entonces se convierte en un demonio”.