Esposos “para siempre”

P. – Santidad, somos Fara y Serge, venimos desde Madagascar. […] Los modelos familiares que dominan en Occidente no nos convencen, pero somos conscientes que también muchos tradicionalismos de nuestra África están de alguna manera superados. […] Queremos casarnos y construir un futuro juntos. También queremos que cada aspecto de nuestra vida se oriente a los valores del Evangelio. Pero hablando de matrimonio, Santidad, hay una palabra que nos atrae más que ninguna otra y al mismo tiempo nos asusta: el “para siempre”…


R. – Queridos amigos, gracias por este testimonio. Mi oración los acompaña en este camino de compromiso y espero que ustedes puedan crear, con los valores del Evangelio, una familia “para siempre”. Tú has aludido a diversos tipos de matrimonio: conocemos el “matrimonio tradicional” de África y el matrimonio occidental. A decir verdad, también en Europa, hasta el siglo XIX, había otro modelo de matrimonio dominante, al igual que ahora: muchas veces el matrimonio era en realidad un contrato entre clanes, donde se buscaba conservar el clan, abrir el futuro, defender las propiedades, etc. Se buscaba el uno para el otro por parte del clan, esperando que se adaptasen uno al otro. Así era en parte en nuestras comarcas. Recuerdo que en una pequeña comarca, en la que ido a la escuela, era en gran parte todavía así.

Pero luego, desde el siglo XIX, siguió la emancipación del individuo, la libertad de la persona, y el matrimonio no se basó más en la voluntad de los otros, sino en la propia decisión. Precede el enamoramiento, luego se convierte en compromiso y posteriormente en matrimonio. En esa época todos estábamos convencidos que éste era el único modelo justo y que el amor garantizaba de por sí el “siempre”, porque el amor es absoluto, quiere todo y, en consecuencia, también la totalidad del tiempo: es “para siempre”.

Lamentablemente, la realidad no era así: se ve que el enamoramiento es bello, pero quizás no siempre es perpetuo, tal como es el sentimiento: no permanece para siempre. En consecuencia, se ve que el tránsito del enamoramiento al compromiso y luego al matrimonio exige distintas decisiones y experiencias interiores. Como he dicho, es bello este sentimiento de amor, pero debe ser purificado, debe avanzar por un camino de discernimiento, es decir, en él debe hacerse presente también la razón y la voluntad; deben unirse la razón, el sentimiento y la voluntad.

En el rito del matrimonio la Iglesia no dice: “¿estás enamorado?”, sino “¿quieres?”, “¿estás decidido?”. Es decir, el enamoramiento debe convertirse en amor verdadero, involucrando a la voluntad y a la razón en un camino que es el del compromiso, de purificación, de mayor profundidad, de tal modo que realmente todo el hombre, con todas sus capacidades, con el discernimiento de la razón y la fuerza de voluntad dice: “Sí, ésta es mi vida”.

Pienso frecuentemente en las bodas de Caná. El primer vino es muy bueno: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final, debe venir un segundo vino, es decir, debe fermentar y crecer, madurar. Un amor definitivo que se convierte realmente en un “segundo vino” es excelente, mejor que el primer vino. Esto es lo que debemos buscar.

Aquí es importante también que el yo no esté aislado, el yo y el tú, sino que se involucre también la comunidad parroquial, la Iglesia, los amigos. Esto – toda la personalización justa, la comunión de vida con los otros, con familias que se apoyan mutuamente – es muy importante y sólo así, en esta participación de la comunidad, de los amigos, de la Iglesia, de la fe y de Dios mismo, brota un vino que dura para siempre. ¡Saludo a todos ustedes!