«Los votantes son todos iguales»

Dentro de unos meses, el 22 de octubre, en Argentina habrá elecciones legislativas y antes, el 13 de agosto, serán las PASO, donde los argentinos eligen a los precandidatos a diputados y senadores. Ante una elección, de cualquier naturaleza y más al ser importante para la vida de uno (o de varios, como en este caso), es natural que se evalúen las diferentes alternativas que se tienen, y lo que implicaría inclinarse por una de las opciones en lugar de las otras. Sin embargo, como paso paralelo a todo esto, uno no puede dejar de aprender y cambiar, si es necesario, su forma de evaluar las opciones, y esto se apoya directamente en la experiencia. En el primer caso uno evalúa las opciones (las ofertas laborales, una decisión técnica, la carrera universitaria a seguir, si tener o no tener hijos, los candidatos); en el segundo uno se evalúa a sí mismo (como profesional, como padre, como ciudadano). Sin esta segunda tarea, que es personal, no hay crecimiento.

Estos días, charlando con amigos y conocidos, me encontré con esos patrones que se repiten una y otra vez: la recurrente frase «los políticos son todos iguales», la cual escucho desde que soy chico. Estas ideas vienen generalmente cuando uno ha sido defraudado, como por ejemplo sucedió con Fernando de la Rúa, un expresidente argentino que terminó su mandato antes de tiempo debido a la gran crisis social y económica del 2001. Los argentinos repetíamos con bronca «que se vayan todos». Como las esperanzas que uno había puesto en su candidato se han ido, entonces la conclusión es que ninguna opción valía la pena, los políticos son todos iguales. Pero hay otra posibilidad, muy sencilla pero aparentemente casi imposible de siquiera considerar: que yo me haya equivocado, que algo no haya visto, que debido a mi ignorancia haya elegido una opción equivocada. Es un camino totalmente natural, es el segundo paso del que hablaba: uno tiene la posibilidad de aprender sobre la base de su experiencia, porque uno sabe en qué se fijó para elegir lo que eligió, así que tiene una oportunidad única para ajustar y corregir formas de pensar y evaluar las cosas.

Un conocido y recordado expresidente, Raúl Alfonsín, decía que los argentinos nos caracterizamos por ser bastante veleidosos. Antes de la crisis de 2001, recuerdo muy bien cómo gente cercana con la que charlaba de todo lo que estaba sucediendo, de lo mal que iba la economía por ejemplo, proponía soluciones que parecían ser obvias. Dos de ellas eran: «hay que frenar las importaciones porque nuestras industrias están cerrando» y «hay que apostar por la economía real» (en contraposición a la economía puramente financiera, que en esa época parecía lo único que nos podía salvar, como una ayuda del FMI por ejemplo). Estas dos ideas, que acá están simplificadas, parecen no ser ya opciones tan obvias en la gestión actual, la cual ha recibido el respaldo de la mayoría de los argentinos.

Por propia experiencia puedo decir que cuando uno ve que cosas evidentemente diferentes son iguales, se debe simplemente a que uno está confundido. Pero asumir que se está confundido y no se entiende, que se tienen dudas, no es lo más común; generalmente uno intenta justificar las decisiones tomadas a toda costa, y de ahí viene «los políticos son todos iguales», a lo que podemos agregar «¿cómo querés que nos vaya bien así?», como si dependiéramos totalmente de los candidatos. Y entre los candidatos puede haber gente muy capacitada, que se animó a meterse en política, que dieron ese importante paso de compromiso por el bien común, pero luego le toca a los ciudadanos discernir y elegir, algo que no es para nada fácil. Si siempre se elige con los mismos criterios, y siempre se obtienen los mismos resultados, la culpa es también de quien elige. Por eso al escuchar estas opiniones una y otra vez, se me viene a la mente una frase que puede ser más precisa: «los votantes son todos iguales», siempre quejándose de los políticos que tienen y que ellos eligieron, nunca haciendo su trabajo como ciudadanos en el rol de electores: cuestionar su propio rol, la forma en la que eligen, los criterios que usan, cambiar cuando sea necesario. Se está permitido equivocarse mil veces, lo que no se puede permitir uno es no crecer y aprender, no sacar conclusiones sobre uno mismo.

Chesterton dijo que «una mente abierta es como tener la boca abierta: no es un fin, sino un medio. Y el fin es cerrar la boca sobre algo sólido». Nos falta dudar un poco más, no estar tan seguros de nosotros mismos. No hay que hacer un esfuerzo sin sentido de sentirse seguros cuando uno en el fondo no lo está. La duda es un camino necesario para llegar a la certeza, pero no es el fin. Y quizá se pueda decir también que si hemos cerrado la boca sobre algo que parecía sólido pero que tiene un gusto extraño, quizá convenga abrirla nuevamente y volver a considerar no solo las diferentes opciones, sino también los criterios con los que decidimos.