El Corazón habla al corazón

Si nos detenemos un momento a pensar en lo que hicimos en los últimos días, en la última semana, es fácil percatarse de lo acelerado que es nuestro estilo de vida. A veces no nos hacemos tiempo para la reflexión, para pensar a dónde estamos yendo, qué es lo que realmente perseguimos en nuestra vida, qué tipo de persona queremos ser, si lo que hacemos nos llena realmente.

Tenemos muchas metas y objetivos, algunas muy nobles y buenas. Queremos ser grandes profesionales, ser excelentes en el trabajo que hacemos y amamos, ganar dinero, amar a nuestra esposa/esposo, compartir una vida junto a su lado, formar una familia, y tantas cosas más. Y todo esto es muy bueno y hermoso. Pero creo que hay algo mucho más grande y bello como para perderlo de vista.

Cuando estudiamos, trabajamos, pasamos el rato con nuestra pareja, educamos a los chicos, no debemos perder de vista que eso forma parte de un horizonte mayor.

Hoy el Papa Bendicto XVI beatificó al Cardenal John Henry Newman. Y en esta visita a Reino Unido, el Papa ha dicho varias cosas al respecto de lo que venimos hablando. Cuando se dirigió a los alumnos de las escuelas católicas los invitó a ser santos. Y alcanzar la santidad es una respuesta personal a un Dios que nos ama “con una profundidad e intensidad que difícilmente podremos llegar a comprender”, pero que además “nos invita a responder a su amor”.

Y quizá así se pueda definir a un santo. A alguien que ha respondido generosamente a un Amor tan grande, o como dice Lewis, al Amor Mismo.

Quizá hoy domingo, día en el que tenemos un respiro de todas nuestras tareas y trabajos, sea bueno pensar en esto. ¿Quiénes queremos ser? ¿A dónde estamos yendo en nuestra vida? ¿Cuáles son nuestros más altos ideales? ¿A dónde nos están llevando? Y quizá las siguientes palabras nos ayuden a profundizarlo un poco más.

Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no os llenará de satisfacción a menos que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.