Descifrando al Papa Francisco

Luego de la muerte del Papa Francisco, el lunes 21 de abril –día después del Domingo de Pascua– estuve siguiendo las reacciones en la prensa argentina. Me llamó mucho la atención cómo dos periodistas a quienes sigo, Jorge Fontevecchia y Ernesto Tenembaum, cubrieron el fallecimiento durante la semana y, en particular, el impacto de la figura de Jorge Mario Bergoglio en ellos, pese a ser agnósticos.

Por ejemplo, Fontevecchia –quien entrevistó al Papa por casi tres horas en un ida y vuelta excepcional– se mostró conmovido y reflexivo el lunes cuando charlaba con Marcelo Longobardi, a quien lo primero que le preguntó fue «¿Vos creés en Dios, Marcelo?» Hace unos días, Fontevecchia escribió una columna muy curiosa citando varias veces el catecismo de la Iglesia Católica en un intento por entender qué es el Espíritu Santo y cuál fue su rol en la elección del cardenal Bergoglio como Pontífice. «El Papa hace creer a los no creyentes», dice en un momento.

Otro periodista que me sorprendió con su casi obsesión por el Papa Francisco estos días es Ernesto Tenembaun; también agnóstico y judío, alguien a quien admiro por su honestidad, su complejidad intelectual, y su búsqueda de la verdad. Tanto Fontevecchia como Tenembaun se ubican en el ala izquierda del espectro político, y podría pensarse que su interés por el Papa obedece únicamente a que Francisco cautivó a los progresistas con sus políticas. Y esto es cierto, pero sólo en parte. El «¿vos creés en Dios, Marcelo?» viene de otro lado.

En el programa «540 grados» del martes 22 de abril, junto a su colega María O’Donnell, Tenembaun arranca diciendo «estoy muy papista», a lo que ella se ríe, pero él inmediatamente agrega que está fascinado con la persona de Francisco. «He pensado mucho en la imagen de Dios en este tiempo». María y Ernesto son dos ejemplos de progresistas a quienes el fallecimiento de Francisco los toca de maneras muy distintas. En un momento, Ernesto explica lo que le está pasando: «Dios ha tenido muy mal marketing [con la idea de un ser cruel, que castiga o sirve de excusa para matar o marginar gente]… y de repente aparece este Papa con su mirada centrada en que el perseguido, el diferente, siempre tenga un lugar; de repente aparece un representante de Dios que no es cruel. Para alguien como yo, formado como ateo, la idea de un Dios cruel, te aleja. En cambio, la idea de un Dios que puede ser un refugio para quien lo necesita, te acerca. Y esto me encantó…» si Dios me entiende y es alguien a quien puedo acudir en mis angustias, «entonces es algo que podés incorporarlo…» y ante la mirada atónita de María, termina diciendo «no se, ¿estoy diciendo una boludez?» a lo que su colega responde que quizá ella es más agnóstica que él, y continúa con una interpretación marcadamente política sobre por qué el Papa adoptó esas posiciones de apertura (por la supervivencia de la Iglesia), y Ernesto la interrumpe diciendo que, más allá de todo esto, «me llama la atención lo que el Papa ha generado en mí, que estoy lo más lejos de la Iglesia Católica que uno pudiera imaginarse».

Y, tal cual, lo que sigue es una charla entre alguien para quien la muerte del Papa es un hecho pasajero, y otro para quien Francisco ha despertado preguntas más profundas.